COLUMNISTAS

Bailando en el Zócalo

 

Por Ricardo Homs

La presentación de Los Tigres del Norte en el espectáculo popular con que se amenizó la ceremonia del “Grito de Dolores”, nos debe llevar a una reflexión profunda.

Este grupo inició su presentación la noche “del grito” con la canción más icónica de su carrera: “Jefe de jefes”, la cual siempre se ha interpretado como un homenaje al capo Miguel Ángel Félix Gallardo, fundador del cártel de Guadalajara.

El video de esta canción fue grabado en la prisión de la Isla de Alcatraz, en la bahía de San Francisco, California, como parte de su lanzamiento fonográfico por el año 2008.

Esto nos lleva a la pregunta: ¿Por qué entre el gobierno federal y el de la Ciudad de México decidieron llevar a la plancha del Zócalo a un grupo que tiene canciones que hacen apología del narcotráfico, como “La banda del carro rojo”, “Contrabando y traición”, más conocida como “Camelia la texana”, así como “La reina del sur”?

El mismo presidente de la república reconoció que el financiamiento de los honorarios de los Tigres del Norte había sido compartido entre el gobierno federal y el de la capital, sin exhibir la información financiera de esta contratación.

Es el Estado Mexicano quien tiene la responsabilidad integral de proteger de la delincuencia a la sociedad mexicana. Por ello la Guardia Nacional y las fuerzas armadas tienen la encomienda de combatir a los grupos delincuenciales.

Sin embargo, la lucha armada en contra de los cárteles, -y en general contra la delincuencia organizada-, ha fracasado hasta el momento porque no ha logrado tener a su lado la colaboración de la ciudadanía, ya que en el inconsciente colectivo esta marginalidad tiene una connotación de insurgencia y rebelión social en contra de las estructuras sociales privilegiadas y de la autoridad gubernamental, -interpretada por las grandes mayorías poblacionales-, como represiva y al servicio de las oligarquías. Estos graves significados se han acrecentado a partir de la narrativa gubernamental que justifica la delincuencia como consecuencia de la pobreza.

Sin embargo, en los últimos años a estos significados sociales se les ha integrado el impacto de la narcocultura, que se caracteriza por la idealización del estilo de vida de las grandes figuras de la delincuencia organizada, que proyectan un modelo de vida aspiracional, motivado por el poder, el dinero fácil y el sometimiento de mujeres hermosas.

El poder compensa los estragos de las huellas dejadas por el abuso, la inequidad y los resentimientos derivados de las injusticias. Máxime que con un arma en las manos el poder se vuelve absoluto, pues el individuo se convierte en dueño y señor de la vida de su víctima.

El dinero fácil se justifica derivado de un acto que se supone es de justicia, si se le quita a quien seguramente lo obtuvo explotando a los vulnerables y desprotegidos jurídicamente.

Las mujeres bonitas responden a los instintivos deseos machistas de dominio sobre las hembras y  a la percepción de que siempre están disponibles para el mejor postor. Por tanto, es un acto de poder.

Este es un panorama inconsciente muy complejo y difícil de neutralizar simplemente con la amenaza presidencial de “acusar a los delincuentes con su mamá”.

El impacto emocional de las narcoseries, películas y canciones que mitifican y crean leyendas alrededor de un estilo de vida aspiracional garantiza al submundo delincuencial la renovación de cuadros sustituibles, o sea de sicarios, halcones y mulas que representan ser los peones de ese negocio.

Cada vez que se pierde una de estas piezas sustituibles a causa de la violencia o la cárcel, el reemplazo está disponible.

La narcocultura, -con sus simbolismos aspiracionales y motivacionales-, ha sido estudiada en los ámbitos académicos, pero sus conocimientos en este tema nunca han sido integrados a las políticas de seguridad pública para frenar su impacto seductor.

Los generadores de contenidos para la industria del entretenimiento cuando desarrollan una historia de este género argumentan que la historia siempre concluye con un mensaje moralizador, porque el delincuente termina pagando las consecuencias de su conducta.

Sin embargo, -es tan seductor el contexto durante el desarrollo de la historia-, que ya se han modificado los valores y expectativas sociales de la juventud cercana geográficamente a las zonas regidas por el narcotráfico.

Hoy prevalece la máxima de que más valen cinco años de poder, riqueza y mujeres, que toda una vida de pobreza, esfuerzo o limitaciones.

Mientras no se desarrollen estrategias de comunicación focalizadas a desgastar la fascinación por la narcocultura, el combate frontal a la delincuencia fracasará porque nunca habrá forma de desestimular la oferta de mano de obra barata para la industria del crimen organizado. 

 

 

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