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¿Estará bien informado?

Por Ricardo Homs

Es un hecho que los alardes presidenciales respecto a supuestos logros de su gobierno no corresponden a la realidad. Pareciera ser que el presidente López Obrador, -o está desinformado-, o supone que con orientar la percepción pública hacia lo que él desea que suceda, de forma automática todo se alineará hacia lo que él ha decretado.

O entonces, el mundo conspirará para cumplirle sus deseos, tal y como promete aquel famoso libro titulado “El secreto”, -publicado por Rhonda Byrne-, donde el poder de atracción se convierte en una fuerza que cumplirá sus sueños de transformar al país al simple conjuro de su palabra, que decreta lo que se hará realidad.

Sin embargo, la realidad cotidiana muestra que es muy difícil  que la realidad se supedite a los deseos de una persona, -por más poder que tenga-, lo cual nos lleva a suponer dos escenarios: o quienes están a su rededor  y forman parte de su círculo de confianza acomodan la información que él debe recibir para que se ajuste a sus deseos personales, generando así una realidad virtual que a ellos les da poder, -o entonces-, está otra posibilidad: que él sí sea consciente de lo que sucede y decide manipular la percepción pública, -principalmente dirigida a los sectores afines a él-, con el fin de obtener tiempo y ganar la elección del 2024.

Ambas posibilidades representan un grave daño moral a la sociedad mexicana, ya sea por parte de la acción de sus colaboradores, o de él mismo.

Sin embargo, todos sabemos que aun difundiendo públicamente la verdad desde la prensa no sucederá nada y la mentira quedará en la impunidad.

La mentira es una grave circunstancia de nuestra idiosincrasia nacional. Los mexicanos convivimos cotidianamente con la mentira. Ya sea para justificar la impuntualidad, -que es una conducta endémica mexicana-, o para justificar un fracaso o un error, o esconder una realidad personal que nos genera vergüenza, entre otras muchas posibilidades.

La mentira es parte de nuestra realidad cotidiana. Sin embargo, en el ámbito de la justicia y en la política debiesen estar penalizadas porque afectan la impartición de justicia y la eficiencia de la administración pública, además de propiciar la corrupción.

La mentira nos acompaña desde la narrativa de nuestra historia, -plagada de mentiras e inexactitudes que manipulan los sentimientos arraigados en el inconsciente colectivo-, hasta los procesos judiciales, que terminan siendo obras de ficción manipuladas por policías y ministerios públicos, hasta por los abogados que intentan manejar los hechos a fin de exonerar a su cliente de faltas, culpas, e incluso delitos.

La mentira aparece en nuestras campañas electorales generando promesas que desde que se expresan se sabe que serán irrealizables y así lo entienden no sólo el candidato en campaña, sino también los electores.

Se vuelve fundamental generar un movimiento a favor de erradicar la mentira de la aplicación de la justicia, así como de la administración pública, de modo tal que ésta se convierta en una responsabilidad con consecuencias. ¿Cuánta gente pierde su libertad a partir de una carpeta con acusaciones sustentadas en mentiras? ¿Cuántas veces las acusaciones falsas de los policías sobre una persona inocente culmina en un proceso judicial en la cárcel?

La mentira no podremos erradicarla de la vida cotidiana de los mexicanos, pero si es posible legislar para eliminarla de la función pública y convertirla en un delito cuando se practica con premeditación, alevosía y ventaja. 

 

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