La mentira vive en México
Por José García Sánchez
México sería un país muy aburrido si todas dijeran la verdad. Ahora la mentira es disidente, se vuelve una fracción disgregada de la realidad que intenta cuestionar algo que la mayoría no tiende pero que quiere curar el dolor que para algunos produce.
Mentir se convierte en una especie de revolución donde la palabra es el arma adecuada, el factor que hace diferente a las vidas aburridas de una clase media que se sabía despreciable pero que gracias a la mentira se visibiliza.
Mentir, ahora como nunca antes, se ha vuelto una canción de guerra que alivia a los heridos y da consuelo a los dolientes, en un país donde el pasado se vuelve testigo de la historia y el presente un reto para continuarla.
La mentira es un verso enraizado en la confrontación, y al mismo tiempo, se aleja tanto de la verdad que la deja huérfana. Porque la fuerza de la mentira es tal que tiene más detractores que defensores de la verdad.
Mentir es el ataque, la disuasión de esa mentira es la defensa, pero la verdad se queda vulnerable con una bala esperando ser disparada en un tiro directo contra la falsedad. La verdad calla ante el bullicio que provoca la mentira. La mentira no falsea la verdad sólo la esconde.
El discurso se polariza ente verdades y mentiras que se enfrentan mostrando una gran lección que exige compromiso, sentido común e identidad de clase.
Las alas de la mentira evitan que la verdad tome vuelo. Así se prolifera el embuste y la verdad espera paciente el momento de surgir. A la verdad no la supera la mentira sino otra verdad que la aplasta con el tiempo para finalmente todas morir en silencio, mientras quienes dicen saber la verdad se pelean por combatir la mentira, dejando sucumbir la realidad en el intento por reivindicarla.
La fantasía es un dulce ensueño comparado con la pesadillesca mentira que condena y distorsiona hasta lo que se hace con buena voluntad. Para la mentira la verdad es u incendio que debe apagarse antes de que se propague y empiece la rutina a desgastar la vida cotidiana de México.
No hay mentira aburrida, indigna o entusiasma; sin embargo, la verdad se vuelve simple al coincidir con los testigos, con los defensores de su existencia, con la inercia que la lógica envía a la cotidiana costumbre de ver todo con los mismos ojos, como si las emociones de cada quien fueran arrojadas al tiempo y la percepción se volviera un sin sentido.
La mentira se convierte en cómplice de lo malo sólo cuando tiene un espectador voraz que las consume con hambre de verdades. La mentira toma forma en el receptor que la cree, que en su deseo coincidir en algo con alguien la convierte en verdad. Saben que se engañan como lo alquimistas flogistos que aseguraban que el cobre podría convertirse en oro.
El discurso exige el certificado de autenticidad de la verdad; la falsificación, en cambio es libre porque se sabe ilegítima. No es prisionera del testimonio ni está condenada a la aprobación de nadie. Una pintura falsa puede reproducirse hasta convertirse en su propia caricatura, la verdad se queda intacta para convertirse en pieza de museo que la historia adopta como referencia.
Verdad y mentira encuentran a otros hermanos siamesas que son el bien y el mal, que se enfrentan pero nunca logran matarse. Se vuelven enemigos en la vigilia y acarician en la noche sus sueños. La costumbre nos dicta que la verdad es buena y la mentira mala. Ambas hieren, a veces matan. Condenan y salvan, pero también reviven y agonizan.
Mentir como una manera de atraer adeptos es tan innecesaria como hacer valer la verdad ante todos. El mundo de las verdades crea seres humanos, a veces sabios, el de las mentiras monstruos a veces ignorantes.
Qué tan buenos suelen ser los conservadores que mienten y qué tan malos pueden ser los liberales que aseguran decir la verdad en un país donde la complicidad es salvada por la injusticia y la bondad condenada por la ley.