COLUMNISTAS

Se extraña el FONDEN… pero más se extraña un Estado que proteja a su gente

“No es la lluvia la que mata. Es la negligencia.”

Una vez más, la tragedia nos alcanza no como un accidente natural, sino como resultado de una omisión gubernamental estructural. Los ríos no avisan. Los arroyos crecen con violencia, sí, pero no es sorpresa que lo hagan. Lo que sí sorprende, y duele profundamente, es que después de décadas de conocer esta realidad, sigamos enfrentando las inundaciones con discursos, promesas y, ahora, sin siquiera un fondo de emergencia para mitigar la desgracia.

Papantla, Gutiérrez Zamora, Tecolutla, Poza Rica, Tihuatlán, Cazones, Tuxpan, Álamo, y las comunidades más vulnerables del Totonacapan han quedado bajo el agua. Miles de familias lo han perdido todo. Casas, cosechas, animales, documentos. Lo esencial y lo poco que con tanto esfuerzo se logra construir. Y en medio de esta devastación, la imagen que sintetiza el drama: un policía municipal de Papantla pierde la vida intentando rescatar a una familia atrapada por el río Tecolutla. El Estado no llegó a tiempo; llegaron primero los cuerpos, los escombros, el lodo.

Durante décadas, el Fondo de Desastres Naturales (FONDEN) fue un mecanismo perfectible, sí, pero útil, para actuar con celeridad ante este tipo de emergencias. Fue desmantelado con el argumento de que era corrupto, opaco y usado para lucrar políticamente con la tragedia. No lo negamos: hubo excesos, hubo malos manejos. Pero en vez de corregirlos, se optó por tirar el puente mientras la gente aún lo cruzaba.

Hoy, no hay un instrumento legal, presupuestal ni operativo que garantice respuestas inmediatas ante un desastre. Lo que hay son transferencias discrecionales, lentitud burocrática y una opacidad que reproduce el mismo vicio que se buscaba erradicar. En otras palabras: el problema no se resolvió, solo se maquilló y se centralizó más.

Mientras tanto, la gente sigue mojada, con hambre, sin luz, sin techo y sin respuestas.

La región norte de Veracruz no es ajena a la marginación estructural. Lo sabemos bien quienes hemos recorrido esos caminos de lodo, sierra y abandono. El Totonacapan, con su riqueza cultural milenaria y su pobreza ancestral, vuelve a pagar los platos rotos de un federalismo que excluye y de gobiernos locales que improvisan, posponen o simplemente ignoran.

Cada año, la historia se repite: lluvias torrenciales, ríos desbordados, viviendas arrasadas, familias damnificadas… y una autoridad que aparece solo para la foto, o para anunciar apoyos que no llegan o llegan tarde. Un ciclo de olvido que se ha vuelto estructural, institucional y, peor aún, normalizado.

No estamos hablando de cifras abstractas. Estamos hablando de comunidades enteras devastadas. De mujeres que lloran frente a lo que antes fue su casa. De niños que duermen en colchonetas mojadas. De campesinos que ven sus milpas, cultivos de naranja, desaparecer bajo el agua. De un policía que murió intentando cumplir su deber, mientras el Estado no cumple el suyo.

La defensa de la vida y del patrimonio de los ciudadanos no puede estar sujeta al calendario electoral, ni a la voluntad del Ejecutivo en turno. Se requieren políticas públicas sólidas, mecanismos institucionales robustos y un aparato de protección civil bien financiado, profesionalizado y descentralizado.

Extrañar el FONDEN no es añorar el pasado, es señalar el vacío presente. No es clamar por una sigla, sino por lo que representaba en teoría: una respuesta institucional ante la emergencia. Hoy, no hay nada que lo sustituya con eficacia. Y eso, en tiempos de lluvias, es una sentencia de desastre.

Se debe entender que no se gobierna desde el capricho, ni con eslogan, sino con responsabilidad histórica. Las decisiones de política pública tienen consecuencias concretas. Desmantelar el FONDEN sin ofrecer un verdadero sustituto fue una de ellas. Hoy, esa decisión pesa sobre los hombros mojados y vulnerables de miles de veracruzanos.

Y que quede claro: la crítica no es politiquería. Es deber cívico. Porque el periodismo no está para aplaudir ni para callar, sino para exigir. Para señalar las ausencias del poder, pero también para recordar su obligación.

Es momento de actuar. De asignar recursos inmediatos, transparentes y suficientes para la atención de la emergencia. De establecer mecanismos de reconstrucción que no se diluyan en la opacidad o en la simulación. De restablecer, con otra forma si se quiere, un fondo federal de atención a desastres que realmente funcione. Porque las lluvias seguirán cayendo. Y la gente no puede seguir esperando.

Veracruz no necesita más discursos: necesita un gobierno que esté a la altura del agua que hoy lo ahoga.