Popularidad presidencial: un acercamiento
Por José Ureña
Para muchos es un misterio.
Si se procrastina el combate de los problemas y de solución ni hablamos, reflexionan y se preguntan, ¿por qué se mantiene la popularidad del Presidente?
Esto lo señalan las encuestas, persisten mayores índices de corrupción a 2018, la inseguridad galopa -ejecuciones y masacres van al alza: superan los 120 mil muertos-, la economía no crece, el desempleo es evidente, la enseñanza decae…
Evidentes han sido los fracasos en materia de salud, desde el inoperante Insabi hasta la atención de la pandemia, las malas burlas de Hugo López-Gatell, y abandono de enfermos de cáncer, Sida y otros males terminales.
Burlas de López-Gatell porque sólo en su lagoteo caben las pretensiones de bajar del poder a López Obrador con manifestaciones de padres desesperados con sus hijos necesitados de medicamentos para calmar los dolores cancerígenos.
Acreditable a él y al secretario Jorge Alcocer es la tardanza en vacunar contra el Covid a menores de 15 años, pese a ejemplos de otros países y recomendaciones de las autoridades mundiales.
ALGUNAS ESTADÍSTICAS
Pese al panorama, no habrá cambio de estrategias.
Un balance interno recomienda continuar con ellas en todos los campos para el objetivo presidencial único de mantener la buena imagen e influir en las elecciones locales de ayer, hoy, mañana y pasado mañana.
La principal base social se la dan los programas sociales, cuyos beneficios llegan a 67 por ciento de los hogares más pobres del país, según reportes del Gobierno federal a la Cámara de Diputados.
Eso genera imagen al Presidente, aunque no tanta como la percepción generalizada sobre su honestidad personal a pesar de escándalos como el de la casa gris y la vida de lujo de su primogénito José Ramón López Beltrán.
Otra impresión pública es su cercanía con la gente.
También se le percibe como hombre trabajador porque aparece muy de madrugada ante la prensa y antes celebró reuniones de seguridad y evaluaciones de ocasión con frutos no perceptibles.
BENDITAS MAÑANERAS
La medición de muchos aspectos tienen números en intramuros de Palacio Nacional.
Por ejemplo:
Por lo menos 95% de los mexicanos -algo así como 120 millones- han visto un mínimo de tres veces sus conferencias matutinas con sus dosis de adoctrinamiento reforzadas con discursos de funcionarios.
Según las mismas estadísticas, un promedio de 25 millones de personas siguen tres días a la semana esas transmisiones en canales oficiales, plataformas de gobierno o bien en redes sociales y noticieros comerciales de radio y televisión.
Con ese gran aparato y una grey dispuesta a difundir el mismo discurso hasta el cansancio –Mario Delgado, Citlalli Hernández, gobernadores y legisladores por delante-, los efectos se multiplican.
Fue clave para calificar a los diputados de oposición como traidores a México simplemente porque no votaron una (contra)reforma eléctrica para fortalecer el monopolio de la CFE de Manuel Bartlett.
Hasta en eso gana López Obrador: recuperó cinco puntos ante el rechazo social hacia senadores, policías y jueces, blanco de ataques presidenciales y fermento de polarización nacional.