Oposición dentro de morena
Por Laura Cevallos
Cuando Andrés Manuel López Obrador, después de años de conformar la izquierda mexicana, se planteó dar forma a un movimiento social-político que no se circunscribiera a ser solo un partido político que tuviera presencia en el congreso, sino que trascendiera a los domingos de votaciones y puso en la balanza sus años de militancia perredista, sus amistades y conocencias políticas, las dificultades que preveía el registro de un nuevo partido y la conformación del grupo político, en sí. Lo que nunca estuvo en duda fue el compromiso de la gente que caminó junto a él en las giras y mítines multitudinarios o en las visitas casi íntimas a las poblaciones más alejadas de los reflectores. Él sabía que el pueblo, nosotros, la gente, estábamos con él y que teníamos la disposición de cambiar, no únicamente de camiseta (de la amarilla a la guinda), sino de concepción acerca del poder y cómo ejercerlo. Y nosotros, es evidente, que coincidimos en que la izquierda requería cambios que no fueran estéticos y que se requerían compromisos a largo plazo y bien cimentados en un liderazgo real, con dirección y que no permitían dubitaciones. Se propuso a que hiciéramos una verdadera revolución de las conciencias.
Pues, nació el Movimiento de Regeneración Nacional: Morena.
Se conformó legalmente en asociación civil y tres años más tarde, en partido político, con un padrón inicial legalmente aprobado y con todos los documentos exigidos por las autoridades y leyes en la materia. Mujeres y hombres que creyeron en el proyecto y el líder, sin dudar, se afiliaron, se convirtieron en los primeros delegados y consejeros distritales y a meses de su conformación como partido, ganó sus primeros puestos de elección popular en 2015. Ahí todavía no se miraban las ambiciones de los que ahora, reclaman y exigen un puesto de honor en la foto. Es más, quienes son fundadores y se la rifaban poniendo de su bolsa para ir a caminar para convencer, dicen que muchos de los que hoy se rasgan las vestiduras, no creían que lograrían algo y hasta se burlaban de esos inicios humildes.
Pero como todo lo que vale la pena, el atreverse a ser oposición (de la buena), a capacitar a los ciudadanos sobre sus derechos político-electorales; a ser voceros del plan de AMLO, ha dado frutos y a solo 8 años de ese inicio, Morena es el partido de mayoría en congresos locales, en gubernaturas y presidencias municipales, que gobierna la Ciudad de México, capital del país y, por si fuera poco, ha ido incrementando su dominancia en las elecciones intermedias de 2021 y las recientes de 2022.
No se trata de contar aquí una historia que alguien desconozca, sino de contextualizar que, a ocho años, resulta que hay más fundadores de los que en realidad había; son más morenistas que AMLO y merecen no solo los puestos por los que se contendió el último fin de semana de julio. Incluso, resulta que el partido es de ellos y son ellos los que quieren que se cambien los estatutos, que se modernicen las cosas al punto de que el partido, tal como lo concibió López Obrador, es disfuncional y por eso, hay que reconstruirlo. Es más, muchos que antes del viernes creían que AMLO era el líder moral, hoy le laman “peje” con el mismo desprecio que los de afuera.
Nadie imagina que en un movimiento tan multitudinario como éste, tan plural y de tantos rostros y necesidades diferentes, pueda tener ideas y formas idénticas. No. Pero justo eso es lo que nos debe permitir la reflexión necesaria de saber que nada es perfecto, pero sí perfectible y en esa noción, tampoco es perfecto lo que desde dentro del partido se ofrece como cambio radicalísimo a un purismo que no le queda a nadie y que más que cohesionar, divide y separa irremediablemente.
La elección no fue perfecta, lo sabemos. La convocatoria fue abierta a todos y en esos “todos”, vinieron priístas, panistas, arribistas y acomplejados de todos los rincones. Al ser tan amplia, los candidatos fueron muchos; no dio chance ni de conocerlos. Unos decían que Juanita Pueblo es buenísima, o que Juanito Pueblo es una lacra, pero en general, la ciudadanía no conocía a casi nadie. No hubo difusión de los nombres; pocos saben a qué distritos pertenecen; las casillas fueron pocas y la gente se tuvo que desplazar a lugares lejanos a votar; se tuvo que rentar camiones (haciendo que parecieran los tiempos de los acarreados); hubo filas de horas de duración; la gente anotó los nombres para no olvidar por quiénes iban a votar… todo eso es perfectible y urge cambiar para mejorar la forma en que se hace la democracia dentro del partido si queremos que la democracia sea la forma de vida en todos los ámbitos del país.
Y no es conformismo, porque no es aceptable que haya duda en los métodos que llevarán a los encargos, a esos que se anotaron espontáneamente para servir a los demás. Pero también hay que actuar más que hablar y quienes supieron, atestiguaron, vieron o recibieron dádivas para inflar a un candidato sobre los demás, o que tiene evidencia de que los susodichos tienen un pasado tan podrido como el del líder del PRI (o equivalente, en su esfera de poder-dinero), en tanto no haga las denuncias de rigor, está convalidando el acto del que tanto se queja. Mario Delgado, en su carácter de presidente del partido, publicó una infografía sobre cómo denunciar ante la Comisión Nacional de Honor y Justicia; también se comprometió a no permitir que los que llegaron a la mala, tomen protesta de sus cargos y más importante aún, señaló que aunque se hayan afiliado más de dos y medio millones de personas, se expulsará del partido a quienes hayan sido partícipes de actos contrarios al espíritu espontáneo de la ciudadanía para ir a votar.
Es momento de dar un voto de confianza a quien hoy es líder del partido ya que, si bien no tiene todas las simpatías de la militancia, hay que reconocer que es un elemento útil a la construcción de esta Cuarta Transformación, tal como la ha vislumbrado el mismo Andrés Manuel.
Twitter: @cevalloslaura
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