COLUMNISTAS

Nuestra solidaridad con Turquía y Siria

 

Por Dra. Zaida Alicia Lladó Castillo

2023, iniciado ya, nos da un gran revés. Las imágenes que recibimos, a partir de la madrugada del lunes 6 de febrero pasado, del más devastador terremoto que se haya registrado desde casi un siglo en la región de mediterráneo oriental- focalizado en el sudeste de Turquía y noreste de Siria-, a todos y todas nos ha hecho sentir impotentes y angustiados.

Ver imágenes verdaderamente conmovedoras,  como la de un bebe que ha nacido bajo los escombros, provocan entre la tristeza una gran esperanza. Percibir igualmente como participan los equipos de rescate -que han llegado de muchas partes del mundo, haciendo esfuerzos sobrehumanos para salvar vidas, del interés de sus ciudadanos que lloran, pero no pierden la fe y quieren hacer algo para salvar a sus familiares, amigos o simplemente a sus connacionales, entre tantas cosas.  Y, al darnos cuenta de todo ello, solo podemos pensar en la manera en que podemos ayudar hoy -aun con lo más modesto- a nuestros hermanos de Turquía y Siria. Es decir, despertar el espíritu de solidaridad ante la catástrofe, principalmente porque como mexicanos hemos vivido esas experiencias duras y por lo mismo sabemos lo difícil que es, el poder recuperar el equilibrio emocional, social y económico después de un evento como el que hoy les ha afectado.

Y ante ello reflexiono, sobre lo frágiles que somos los seres humanos frente a la fuerza de la naturaleza, pero también, me convenzo de lo mucho que nos necesitamos unos a otros. Porque hoy han sido ellos y mañana no sabemos quién sigue. Y ante tales acontecimientos me surgen 2 aspectos en los que siento que debemos reflexionar:  a) la actitud de los individuos ante el peligro y la supervivencia y b) la respuesta de estos, basada en el sentimiento de ayuda a quienes más lo necesitan, para poder entender un poco sobre la reacción de las personas ante las circunstancias catastróficas.

a) La actitud de los individuos ante el peligro y la supervivencia. Todos los seres racionales e irracionales poseemos un comportamiento reflejo o innato (animal) de protección del ser, de reaccionar defensivamente ante el peligro y frente a la muerte; es decir, de buscar alternativas o posibilidades, -consciente e inconscientemente- para saber reaccionar ante situaciones que ponen en riesgo la vida. A este comportamiento se le ha denominado: “instinto de supervivencia o de conservación”.

Este instinto se basa en las apreciaciones y evidencias de la denominada “selección natural y la sobrevivencia del más apto” que fue propuesta por Charles Darwin (1809-1882) y que al explicar la evolución biológica, asegura que esta -a través de los siglos-, moldeó mecanismos, estructuras cerebrales y comportamientos en nuestros antepasados, y permitió que el individuo fuera prestando mayor atención a todo aquello  que podría suponer un peligro en su contacto con otros seres humanos, animales o condiciones climatológicas;  es decir, el individuo fue capaz de ir eligiendo aquello que le podía convenir de lo que no , de lo que le podría asegurar su existencia y de lo que la ponía en riesgo. Y esta característica que perdura hasta nuestros días, es lo que explica el instinto de supervivencia.

Por otra parte, la teoría del más apto, como parte de la selección natural de los seres vivos, sostuvo que aquellos que mejor se adaptaran al medio o a su ambiente, eran los que podrían tener una mayor probabilidad de sobrevivir ante eventos catastróficos o en crisis. Es decir, los individuos que hicieran suya esa adaptación, que afinaran rasgos (habilidades, capacidades), incluso que desarrollaran mecanismos preventivos y de intervención y que aprovecharan sus experiencias, se podrían convertir en los individuos más aptos y, por ende, mejor preparados para ser resilientes y así poder enfrentar o subsistir las situaciones en crisis.

b) La respuesta de los individuos basada en el sentimiento de ayuda a quienes más lo necesitan.

Está relacionado con el espíritu de la solidaridad en el individuo y corresponde al sentimiento de búsqueda de apoyo en la grey o comunidad, que viene desde la posición aristotélica, del ser gregario. El gregarismo, explicaba que el ser humano buscaba cubrir sus necesidades con y a través de otros, lo que lo convertía en un ser social y con ello, interactuante con sus semejantes para cubrir sus necesidades de afecto, atención y supervivencia. Pero ello también lo ubicaba como un ser que además de buscar apoyo también era capaz de darlo. Y de esa reacción de recibir, pero también de ofrecer apoyo afectivo y material a quien lo necesitara, daba razón al espíritu de solidaridad.

De ahí que la solidaridad, sea un gesto de apoyo y generosidad a favor de los individuos abonando a su subsistencia y crecimiento. No es solo ayudar en el momento, sino también pugnar porque, quienes tienen el compromiso de velar por los ciudadanos, hagan lo propio para recuperar la estabilidad social y económica, en el menor tiempo posible. Como hoy así lo requerirá Turquía y Siria. Y no dejar a los pueblos en el subdesarrollo, como le sucedió a Haití en enero de 2020, después de aquel terrible terremoto, que pasado este, dejaron sus gobiernos al país inmerso en el subdesarrollo hasta la fecha. Es decir, no basta solo ayudar como dádiva, sino principalmente hacer realidad los factores que impulsan al crecimiento de las ciudades en crisis, -particularmente los grupos en subdesarrollo-, para lograr contribuir a la inclusión y la igualdad universal. Por eso la tarea después de este evento trágico, será titánica.

Pero con la solidaridad como cualidad de unión entre los hombres y mujeres, independientemente de su condición económica, raza, edad, sexo, creencia, cultura o posición política, se podrán superar los problemas por muy difíciles y dolorosos que sean, motivándonos a reaccionar todos y todas, con respeto y compromiso, para no olvidar a quienes hoy están en la lucha y necesitan fortaleza.

Por eso, las personas que en tiempos de crisis o catástrofes, dejan todo por otros, -incluso exponen su vida-, son dignos de admirarse: soldados, médicos, enfermeras, rescatistas especializados (que han entrenado animales -que también hacen lo propio-, para salvar personas), ciudadanos voluntarios que se organizan para prestar equipos, para hacer acopio de víveres, que ofrecen sus casas o  terrenos para albergar a damnificados o familias sin techo, abrigo o alimento, que cooperan económicamente, que prestan servicios de primeros auxilios, e incluso misioneros y sacerdotes, que llevan una oración a los enfermos y moribundos, todas esas personas, hacen la diferencia para el que sufre y desea vivir.

Y en el resultado positivo de su acción tendrán su mayor recompensa, porque es muy grande la satisfacción cuando, como resultado de un acto espontáneos o profesional, una vida se salva, se cura una enfermedad, se da cobijo, se orienta, o se dan elementos para que alguien pueda vivir mejor; y esa satisfacción – que nadie la quita-, es el mejor alimento para el alma pues permite fortalecer lo interior y crecer como persona. En eso estriba la mayor y mejor recompensa.

Por eso hoy nos solidarizamos con nuestros hermanos de Turquía y Siria, pero también lo estamos con los ciudadanos de Ucrania, que este próximo 24 de febrero, se cumplirá un año de estar estos viviendo el terror y dolor de una guerra absurda e injusta. Y lo hacemos con nuestras oraciones, pero también nos sumamos para que salgan adelante y pronto sus ciudadanos puedan retornar a sus pueblos y rescatar el derecho a vivir en paz y armonía.

 

Gracias y hasta la próxima.