COLUMNISTAS

Mexicanos aprueban la invasión de Quito

  • Ponderan el odio al presidente López Obrador ante la indignación que produce un ataque a nuestro territorio y soberanía nacional

Por Ángel Álvaro Peña

A pesar de la indignación que causó la invasión de la política y el ejército de Ecuador a la embajada mexicana en Quito, que provocó el rechazo a la política del Presidente de ese país, Daniel Noboa, hubo posturas no sólo que trataron de minimizar el hecho sino de culpar al presidente López Obrador de injerencista.

Por ejemplo, el vocero del Departamento de Estado de Estados Unidos, Matthew Miller, dijo que “Estados Unidos condena cualquier violación de la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas y se toma muy en serio la obligación de los países anfitriones, según el derecho internacional, de respetar la inviolabilidad de las delegaciones diplomáticas”. Pidió que los dos países resolvieran sus diferencias, como si se tratara de un desacuerdo, cuando en realidad es una invasión, motivo suficiente para desatar una guerra.

México siempre ha sido cuidadoso de la paz, y la libre determinación de los pueblos, sobre todo en el continente, el antecedente violento más cercano data de 1958, cuando estuvo a punto de estallar un conflicto entre nuestro país y Guatemala, luego de que fueron encontrados unos barcos de pescadores camaroneros en aguas territoriales de ese país. La Fuerza Aérea del país vecino disparó contra ellos, matando a tres e hiriendo a 14 mexicanos, de los cuales se escogió a 10 para ser interrogados como si se tratara de militares.

La tensión entre ambos países comenzó dos años antes, cuando era presidente de aquel país el general Guillermo Flores Avendaño, y en México gobernaba Adolfo Ruiz Cortines. Ambos heredaron a sus sucesores diferencias políticas.

En noviembre de 1956, Guatemala notificó varias veces al Gobierno mexicano de tala ilegal de árboles en Petén, -estado, al norte de ese país que posteriormente fuera ocupado por la guerrilla por más de 30 años-, y pesca ilegal de camarón en aguas guatemaltecas del océano Pacífico desde 1954.

Las barcas mexicanas no exponían matrícula de identificación ni bandera nacional y que Guatemala se reservaba el derecho a atacar a dichos «piratas”. El Departamento de Relaciones Exteriores de México respondió que, a pesar de tener guardacostas mexicanos en el área, no podía hacer nada sin saber la identidad de los barcos y sus tripulantes.

El entonces presidente guatemalteco, el general, Miguel Ydígoras Fuentes, advirtió a México que estaba dispuesto a hacer uso de la fuerza para preservar la integridad de su frontera. Mientras, en México las calles se llenaban de estudiantes que rechazaban las medidas tomadas por el vecino del sur, porque la corte de Guatemala encontró a los pescadores culpables y el 22 de enero, los dejó libres al costo de 55 quetzales de multa a cada uno. La liberación de los pescadores ilegales no marcó el final del conflicto, en el que el orgullo nacional de ambas naciones se interpuso. Al día siguiente, el 23 de enero de 1959, el presidente Adolfo López Mateos, suspendió las relaciones diplomáticas con Guatemala culpando a Ydígoras de no cooperar mediante la Corte Internacional de Justicia, instancia a la que acudió México para denunciar la intervención militar a su embajada en Quito. Ydígoras agregó que Guatemala continuaría su acción contra piratas y que no mandaría fuerzas armadas a la frontera, ya que México no era el enemigo, sino «los piratas» que operaban desde México. En tono de burla, dijo parafraseando a Benito Juárez: “El respeto al camarón ajeno es la paz”.

La prepotencia de los mandatarios guatemaltecos se basaba en el equipamiento de aviones y barcos recién entregados por Estados Unidos, a cambio de permanecer en su territorio explotando sus recursos naturales a través de United Fruit, en realidad es que el gobierno estadounidense protegía a una de las empresas que apoyaba económicamente a la CIA, que tenía una ardua labor injerencista en Centroamérica en esos años.

Luego, el 13 de noviembre del 2019 el ex mandatario de Bolivia, Evo Morales, se refugió en suelo nacional tras subir a un avión de la Sedena. En esa fecha arribó el líder boliviano al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Luego de un golpe militar en su contra que perpetrara violentamente la actriz Jeannine Áñez.

Posteriormente, López Obrador cuestionó la actuación de los golpistas peruanos, encabezados por Dina Boluarte, quienes, en un ardid legaloide destituyeron a Pedro Castillo, en febrero de electo democráticamente.

Ahora, 66 años después del incidente militar con Guatemala, México choca con otro país sudamericano violentamente por la hospitalidad que brindó al ex vicepresidente de Ecuador, Jorge Glas, quien días después de que ingresara a la sede diplomática de México en Quito, lo acusan de peculado, “delito” cometido cuando era parte del gabinete de Rafael Correa, cuyo nombre quieren borrar de la memoria de los ecuatorianos las actuales autoridades ecuatorianas.

Ante esta situación no todo fue rechazo, el actor y productor de películas, quien intentara convertirse en candidato independiente a la Presidencia de la República hace unos meses, el ultraderechista, Eduardo Verástegui, aplaudió el allanamiento ordenado por Noboa, ya que afirma que se trataba de rescatar a un delincuente a punto de huir, porque estaba previsto que horas después de la invasión saldría un avión de la Fuerza Aérea Mexicana para llevarlo a la Ciudad de México, en carácter de exiliado.

En cualquier país del mundo todo ciudadano es inocente hasta que se compruebe lo contrario y, en el caso de Glas, no había delito comprobado, ni juez que lo hubiera sentenciado, se le acusó de peculado, al tomar el dinero de una partida presupuestal y posteriormente regresarlo. De tal manera que, según las leyes de ese país no se trata de peculado sino del delito de abuso, que es mucho menor que la acusación que esgrime Daniel Noboa.

Así, como Verástegui también se alegran públicamente ex funcionarios de la administración pública mexicana, algunos periodistas. Arturo Sarukhán, quien fuera embajador de México en Estados Unidos, en el sexenio de Felipe Calderón. Al decir que la invasión a la embajada “es resultado del vandalismo del presidente López Obrador en la región, que según esto es la que más le importa”.

Por otra parte, Agustín Gutiérrez Canet, diplomático de tiempos de Miguel de la Madrid, que ocupara varios cargos en diferentes países, señaló que, el Gobierno Federal mexicano se había metido en una ratonera, pues, por un lado, conceder el asilo implicaba proteger a un “funcionario corrupto”.

En la oposición hubo voces que se alegraban de la agresión a nuestra soberanía a causa del resentimiento que existe contra el Presidente, anteponiendo el odio hacia el mandatario contradiciendo la lógica, el sentido común y el derecho internacional.