LA TRAGEDIA DE MÉXICO
La tragedia de México ha quedado en evidencia frente a un hecho trascendental como lo es el desmembramiento de todo el sistema de judicial federal, -y hay que destacarlo… sólo el federal-, simplemente por un capricho de ese presidente cuya fortaleza ha sido saberle hablar al oído a las clases populares de nuestro país.
Este segmento no sabe, -ni le interesa conocer-, sobre las implicaciones futuras de la nueva reforma judicial. Su mundo no se mueve en el futuro, ni siquiera en el mediano plazo, sino en el angustioso presente.
Un amplio sector de nuestra población, -que supuestamente salió de la pobreza absoluta-, mas bien quedó atrapada en las manos de quien les resolvió sus más apremiantes necesidades inmediatas, sin darse cuenta que vendieron su libertad y la de sus descendientes, pues sólo basta con que les retiren el cheque que otorga “bienestar”, para que de inmediato regresen a una pobreza peor a la que vivían antes.
Para López Obrador ha quedado muy claro que no hay que sacar de la pobreza a la gente de forma definitiva, sino volverla dependiente de la ayuda. Con toda claridad les llegó a decir… los pobres son los que van a defender a la cuarta transformación. Evidentemente necesitan de ella.
En contraste, la clase media, que es la clase empoderada de todos los países desarrollados, -esa que no necesita del gobierno-, sino la que lo mantiene con sus impuestos, y por ello es exigente de sus derechos.
López Obrador sacó temporalmente de la pobreza a muchos mexicanos, pero los volvió dependientes de un gobierno paternalista, pero exigente cuando de votar se trata. Eso sirve muy bien en las estadísticas oficiales, pero es un engaño.
Una persona abandona la pobreza cuando se vuelve autosuficiente y libre de las ayudas gubernamentales. Lo malo es que eso genera la verdadera libertad de pensamiento y acción.
La reforma judicial nos puso en evidencia la existencia de los “dos Méxicos”, el de la “clase media pudiente” y el de quienes quedaron marginados del desarrollo y fueron olvidados por los gobiernos anteriores.
Es este México que vive al día, -y que había permanecido invisible-, el que ha visto la reforma judicial como una esperanza de que por fin haya justicia en este país, sin entender que siempre se puede estar peor cuando desde el poder ignoran la ley, escudándose en representar los intereses y las expectativas de este pueblo que tiene una imperiosa necesidad de creer en alguien o en algo.
Lo más grave es que estos ya no son tiempos para las ideologías como medio para alcanzar la justicia social.
Frente a la debilidad de un estado y gobierno que concentran su atención sólo en pelear batallas políticas, el crimen organizado se apodera de territorios, en los cuales impone un doble sistema impositivo; el gobierno legítimo cobra lo que por ley debe pagar el ciudadano y el crimen organizado añade un costo adicional.
Mientras tanto, es el pueblo vulnerable el que carga con este sobrecosto, que incluso se manifiesta en el precio oficial que se paga en algunas zonas por productos de uso cotidiano como la tortilla, el pollo, e incluso limón y aguacate entre otros.
Quizá ha habido un grave error en la oposición: no ha sabido construir una narrativa cercana a la gente.
¿A usted qué le parece?