El proyecto educativo
Por Ricardo Homs
La llegada a la SEP de la secretaria Leticia Ramírez ofrece una buena oportunidad para repensar el proyecto educativo.
Es cierto que ella no tiene una exitosa trayectoria en el ámbito educativo, -pues desde 1989 no ejerce actividades académicas en las aulas-, ya que ha estado invirtiendo su tiempo entre la lucha sindical magisterial y ocupando cargos en el ámbito de la atención ciudadana en diferentes instituciones gubernamentales.
Sin embargo, a su favor tiene el reconocimiento de tener una personalidad institucional. En estos tiempos de confrontación ideológica y grandes conflictos, alguien institucional ayuda.
Nos salvamos de que llegase al máximo cargo de la SEP, Marx Arriaga con sus arrebatos ideológicos y manipuladores, o el mismo subsecretario de Educación Luciano Concheiro y su visión de la izquierda bananera.
El perfil de la secretaria Ramírez con su formación como antropóloga social, debiese darnos una gran oportunidad de replantear nuestro modelo educativo para enfocarlo hacia los retos de una idiosincrasia tan diferenciada como es la mexicana, que no concuerda con la de otros países, -ni siquiera de Sudamérica-, pues no se equipara con la colombiana, que es parecida en algunos atributos a la nuestra, pero muy distante en otros.
Sin embargo, el gran problema para diseñar un gran modelo educativo es que México hoy tiene un presidente “experto en todo” y la educación no podía ser la excepción. El supersecretario López Obrador lo único que necesita son asistentes ubicados a la cabeza de cada secretaría de estado.
Sin embargo, sus aspiraciones en el ámbito educativo son básicas. Por ello aa educación ya no se utiliza como un sistema de “movilidad social”, -como antes se interpretaba y valoraba-, en la época neoliberal, caracterizada por la cultura del esfuerzo.
A través de la escuela el ciudadano se formaba y adquiría las habilidades para acceder a mejores opciones laborales que las que tuvieron sus padres y con esto, disfrutar de mejor calidad de vida.
Sin embargo, la política educativa en este sexenio ha sido de poca eficiencia y cero calidad.
Si bien con la reforma educativa peñista en la búsqueda de calidad en la enseñanza generaba fricciones laborales por la reticencia de los maestros, -agrupados en poderosos sindicatos-, quienes veían en estas reformas la presencia de mayores exigencias laborales y en las evaluaciones, opciones riesgosas para su estabilidad laboral. También impactaba su crecimiento económico sustentado en la simplicidad del escalafón, que simplemente reconoce la antigüedad laboral, pero sin exigir crecimiento profesional.
En contraste en este sexenio ha sido cómodo evadir conflictos a través de la pauperización educativa que garantiza que las clases bajas, -dependientes económicamente de la ayuda gubernamental-, sigan siendo controlables para asegurar la lealtad electoral cuando lleguen las elecciones. Por ello el presidente no gusta de la clase media, que por sí es autosuficiente y formada en los retos y en la responsabilidad y además, exigente frente al gobierno. Por ello la ha estigmatizado como aspiracionista y dentro de esta cortedad de metas, se evitan conflictos magisteriales dejando las políticas educativas como estaban antes.
Lo que se requiere en la SEP es un funcionario visionario y comprometido con el crecimiento y desarrollo personal del educando.
Es un hecho que la idiosincrasia mexicana, -orientada por su intuición hacia la práctica del ensayo y error”-, requiere canalizar la energía, la creatividad y el espíritu libre del mexicano, -que aborrece los paradigmas-, y crear en las aulas un modelo interactivo, en el cual el maestro de educación primaria asuma el rol formativo del carácter y además en un tutor para la búsqueda de la información en la red digital.
Necesitamos en cada maestro de educación básica un líder moral, alejado de la ideología, pero muy centrado en las ciencias de la conducta. Necesitamos mejores ciudadanos y rescatar lo mejor de la mexicanidad.
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