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Congreso, la cueva de Alí Babá

Delitos de corrupción, enriquecimiento inexplicable, tráfico de influencias son los más comunes dentro de la administración pública, cuyos culpables pertenecen a todos los partidos

Por Ángel Álvaro Peña

La vocación es cosa del pasado para algunos candidatos para quienes es más importante el fuero que la victoria electoral por atributos propios o por simpatías, es por ello que compiten por una curul desde la plataforma plurinominal como salvavidas. Es decir, por quienes nadie vota pero ganan y no necesitan realizar campañas porque la victoria o la derrota es problema de los demás.

Vivimos la muerte de la política en el Poder Legislativo y el surgimiento de la judicialización de los cargos públicos. La costumbre de practicar la corrupción como regla de la administración pública afecta a todos los partidos y a buena parte de los futuros diputados y senadores, con sus respectivas excepciones.

El PAN tiene todo un muestrario de personajes, con la intención de integrar a sus candidatos a dos personajes que no tienen cabida dentro de la legalidad como Ricardo Anaya y Francisco García Cabeza de Vaca, que no son los únicos que son, en realidad, perseguidos por la justicia mexicana, pero que ellos se denominan perseguidos políticos como consigna de campaña.

Pero el PAN no es el único que tiene personajes en busca de fuero. René Bejarano nunca ha sido capaz de aclarar los motivos de aquella sorpresiva aparición en televisión reviviendo dinero. Su esposa Dolores Padierna, tampoco ha sido capaz de aclarar culpas ni complicidades. La incorporación del ex gobernador de Tamaulipas, Eugenio Hernández Flores, quien acaba de salir de la cárcel después de cinco años de encierro, acusado de enriquecimiento ilícito y operaciones con recursos de procedencia ilícita.

Ahora Eugenio Hernández es candidato al Senado por el Partido Verde Ecologista, aliado de Morena, partido que apoya a este oscuro personaje cuya reaparición en la política es injustificada. En algunos estados hay posiciones para el Senado delineadas dentro de la misma mafia como titular y suplente.

Después viene una larga lista de militantes de los principales partidos en la competencia. Hay ex presidiarios, con cuentas pendientes con la justicia, averiguaciones previas pendientes de ejecutar, delitos por comprobar y hasta inocentes por liberar, desde luego, por castigar en beneficio de los agravios que son muchos y serán más si no hay castigo de inmediato.

Los nombres de delincuentes comunes tienen un anexo de quienes practican, en este momento, infracciones electorales, que deberían ser sancionados por un árbitro electoral que no sólo es insensible sino cómplice.

Los nombres sobran en el panorama político de todos los partidos. Surgen de denuncias ciudadanos y o de persecución del gobierno. Por ejemplo, los integrantes del cártel inmobiliario, que encabeza Jorge Romero, actual coordinador parlamentario del PAN en la Cámara de Diputados, y próximo líder nacional de su partido, y tiene como su principal protagonista a Santiago Taboada, candidato a la jefatura de gobierno de la Ciudad de México por el PAN.

Esto debe ser tomando en cuenta, es la gente la que denuncia penalmente a los funcionarios que no cumplen con sus funciones ni responsabilidades, por lo que no tienen razón de pensar que se trata de persecución política, sino de justicia para terminar con la impunidad a la que lleva la corrupción. Delito que debe ser exterminado y que a últimas fechas se le adjudica a todo candidato que quieren desgastar, como el mayor pecado de un político pero en realidad, todos los partidos la practican.

En cada partido se arreglan cuentas, de tal manera que llegan a los primeros lugares de las candidaturas plurinominales no por méritos propios sino por el tamaño del delito que cometieron. Es decir, no son asignados por orden de vocación o por la calidad de sus proyectos sino por los años de cárcel que ellos evitan al aparecer como legisladores a quienes la ley no puede tocarlos.

La política se ha convertido en el mejor camino para alcanzar la impunidad, los delincuentes hacen tiempo hasta que su delito prescribe o simplemente dejan de ratificarse las denuncias o se buscar coartadas para no ser juzgados.

La judicialización de la política abarata el debate o sustituye político, deja a la democracia en segundo lugar para convertir al Congreso en un enorme juzgado donde sólo hay buenos y malos. Ante esta perspectiva no parece haber una autoridad electoral, un equilibrio entre el delito y la justicia, simplemente intereses.

La búsqueda desesperada de la impunidad se muestra en las listas de los candidatos plurinominales. Categoría electoral que debe desaparecer porque sólo sirve para triangular decisiones, escapar de responsabilidades y culpar a otros de los errores y omisiones. Pero sobre todo las candidaturas plurinominales, en esta elección como en ninguna otra. Se busca evitar la cárcel.

Los plurinominales no representan a nadie ni tienen compromiso con nadie porque nadie los eligió más que los líderes de su partido, de tal manera que sólo a ellos les rinden cuentas. No hacen campaña no se desgastan pero disfrutan de los privilegios de alguien que sí fue electo por la población.

La reelección es otro de los caminos para alcanzar la impunidad delitos graves que deben ser castigados, y ya no es requisito tener un trabajo serio sino mucho cinismo para convertir el Congreso en la cueva de Alí Babá y los cientos de ladrones.

Son horas de debate desperdiciadas a causa de la voz de plurinominales que deben justificar su presencia en el Congreso, pero no para aportar sino para ver que puedan permanecer en libertad. Así los delitos más comunes en la administración pública son tráficos de influencias, corrupción, enriquecimiento inexplicable, manejo de recursos de origen desconocido, etc.

Esto independientemente del gasto público, que representan los pluris, pero, sobre todo el tiempo que implica darle voz a quienes sólo están en su curul para evitar la condena penal y pueden decir en tribuna lo que quieran pero no abonan a la discusión de altura ni fortalecen la democracia.

La política ha dejado de ser lo que era, su vocación de servicio se convirtió en una manera de salvar el pellejo de personajes que incurrieron, con premeditación, alevosía y ventaja.