COLUMNISTAS

Mueren los sindicatos

  • Los partidos tomaron el lugar de los defensores de los derechos laborales y de la defensa de los intereses patronales en una lucha eminentemente política

Por Ángel Álvaro Peña

Los sindicatos originalmente debieron convertirse en la vanguardia de los trabajadores. Ahora no son ni la sombra de lo que pudieron haber sido, aunque en algunos casos sí lo fueron, con las consecuencias históricas que todos conocemos. Incluso se habló, en su momento que cada sindicato, por representar la fuerza productiva, debería pelear por del poder y no sólo por los derechos de sus afiliados, pero la historia del país siempre fue comparsa de la política imperante.

Los sindicatos fueron diluyéndose conforme el paso del tiempo hasta que otros entes sociales tomaron sus causas y se convirtieron en representantes de los trabajadores y tratan de rescatar sus derechos.

Atrás quedaron los líderes que en discursos exaltados reivindicaban los derechos de los trabajadores que no se limitaban a los aumentos de sueldo sino a las prestaciones. En muchos casos esos líderes fueron perseguidos, maltratados y hasta asesinados, porque la sociedad entre poder político y poder económico eran tan evidente que, ante la fuerza de un liderazgo real de los asalariados, corrían el riesgo de ceder o de ser vencidos por sus enemigos.

Porque para los empresarios sus propios trabajadores se convirtieron en el enemigo a vencer, no eran el complemento de la productividad sino el enemigo en casa.

La huelga dejó de ser un arma de los trabajadores, un derecho que comenzó a ser satanizado por los gobiernos que confundían paz social con sumisión, dejaron de lado las respuestas lógicas de una clase trabajadora que fue quedándose poco a poco sin líderes, y esto fue el principio de la gran derrota de los trabajadores.

Los sindicatos no son sólo fuerza social en los países socialistas como la Central de Trabajadores de Cuba, también en Estados Unidos la fuerza de los trabajadores organizados es, en realidad, un punto de referencia de poder y solidez. Ahí está la AFL-CIO, (Federación Estadounidense del Trabajo y Congreso de Organizaciones Industriales),  fundada en 1955, que sigue afiliando trabajadores con un potencial electoral que puede modificar triunfos y derrotas en las urnas.

En México, ahora fue necesario que un partido político tomara la vanguardia del movimiento obrero para intentar reducir una jornada de 48 horas a 40, porque nuestro país es de los países de mayor duración de una jornada laboral semanal. Lo que es peor es que esto es visto de manera normal.

Para disminuir la jornada laboral y establecer como mínimo dos días de descanso a la semana se requiere reformar la Constitución. Para ello se necesita de una mayoría calificada en el Congreso, así que el voto del PRI podría ser decisivo, porque el PAN se negó, su candidata también se negó en una reunión con empresarios a seguir este proyecto y lo rechazó. Así, algo que debió ser tomado como una exigencia natural luego de tantos años de letargo sindical se convirtió en consigna política.

Atrás quedaron los sindicatos afiliados a la CTM; uno de los pilares más sólidos del PRI, la suma de militantes de la Confederación Nacional Campesina, y la CNOP, que conformaban la fuerza social organizada del partido en el poder. Ahora sus oficinas están vacías y el polvo cubre las viejas glorias de los trabajadores.

También se olvidaron los líderes petroleros, del transporte, de los electricistas de sus viejas luchas y ahora sólo guardan silencio.

En marzo de este año, la diputada de Morena, Susana Prieto Terrazas, presentó la iniciativa de reducción de horas de trabajo semanales en la Cámara de Diputados para reformar la Ley Federal del Trabajo. Los panistas, a través de su coordinador parlamentario, Jorge Romero, relacionado con el cártel inmobiliario, fue el primero en tratar de posponer la discusión indefinidamente porque no les convenía rechazar esta propuesta en favor de las mayorías en tiempos electorales.

Para aplazar la decisión se convocó a un parlamento abierto donde se les preguntará a especialistas, abogados laborales, líderes de trabajadores y hasta a líderes sindicales, su postura. Lo que quiere decir que no se tomó en cuenta que éstos últimos dejaron de trabajar en favor de los derechos de los trabajadores desde hace muchos años.

La costumbre de los empresarios mexicanos de considerar que si ceden un poco representa una derrota histórica, a pesar de que un trabajador mientras esté más tiempo con su familia, es más feliz y tiene más energía para trabajar al siguiente día, esto impulsa la productividad pero los representantes de los empresarios en las Cámaras son tan inamovibles como insensibles.

Esto durante seis días la semana de tal manera que el trabajo se convierte en un castigo, como si se viviera el esclavismo cruel en pleno siglo XXI.

Las leyes laborales en México están muy por detrás de las necesidades de sus protagonistas y a favor de los empresarios. Basta ver la conformación de las Juntas de Conciliación y Arbitraje, donde los casos pueden llevarse años sin que se resuelvan para favorecer a los patrones quienes, hasta la fecha tienen compradas a las autoridades que deben dar sus fallos.

La injusticia laboral que se vive en México tiene muchos años y si no se atiende de inmediato puede causar graves consecuencias sociales, donde la fuerza productiva en lugar de mantenerse sumisa pueda reaccionar con mayor rebeldía y hacer de la huelga sólo un arma inmediata para continuar con su avance para poner al día sus reivindicaciones más esenciales.