La deuda periodística
Por José García Sánchez
En el Día de la Libertad de Expresión se acostumbra pedirle al gobierno que pague las deudas que tiene con los comunicadores. Esperemos, en honor a la verdad, que algún día los periodistas reconozcan y paguen lo que le deben a México.
Algunos periodistas vivieron tantos años del erario que se convirtieron en burócratas sin darse cuenta, con esto se renuevan las viejas peticiones al gobierno como si su salario lo pagara oficialmente la Secretaría de Hacienda, evitando, con ello, que las empresas periodísticas cumplan con sus obligaciones laborales, que también fueron directamente beneficiadas por los gobiernos y que permitieron, incluso impulsaron, las dádivas del poder hacia sus centros laborales y sus propios empleados.
Todo lo anterior para preservar, desde loe medios, una ilusión de que se vivía en un país casi perfecto, donde las crisis económicas no eran otra cosa que anécdotas financieras que se superaban con préstamos de los bancos internacionales, otorgados a cambio de obediencia en las políticas públicas. La represión era una acción casual cuando en realidad era práctica diaria, simulaban que el autoritarismo fuera sólo una manera de mostrar autoridad, y superioridad ante los súbditos del reino conservador, y la pobreza era una consecuencia de la flojera.
LA DEUDA
Los comunicadores debemos mucho al país. De eso tenemos que estar conscientes y no preservar la vieja inercia de exigencias al gobierno, que finalmente no nos contrató para trabajar para trabajar en sus oficinas, aunque eso parecía. Se privilegió a los comunicadores a cambio de ser escribientes de una realidad que no existía, con casas, dinero, premios de periodismo, estatuas, automóviles, centenarios, empleos para sus familiares, aviadurías, etc. a costa del patrimonio de los mexicanos, afectados directos de los excesos del gobierno, pero, sobre todo, se les pagaba por torturar, desaparecer y muchas veces, matar a la verdad, como sucedía con los disidentes.
El Día de la Libertad de Expresión se agasajaba injustificadamente, a los comunicadores, cuando en realidad los beneficiarios debieron ser los ciudadanos que nunca celebraron su propio engaño, porque nunca acabaron de creerles por completo. Ese día de la libertad de prensa, en especial, servía para otorgar mayores canonjías y concesiones del gobierno a las empresas periodísticas y de éstas al gobierno que informaban lo que les ordenaban los funcionarios públicos sin importar la lejanía de esas noticias con la realidad. De esto hay muchos testimonios, testigos, premios de periodismo, evidencias, confesiones, etc.
La tergiversación de los derechos de los periodistas convirtió la notica en mercancía y a sus fabricantes en mercenarios, el extravío de su tarea esencial, de su lugar en la historia, de la trascendencia de su trabajo. Los medios pagaban salarios de hambre, menores al mínimo, pero daban de alta en las listas del gobierno a sus reporteros para que éstos tuvieran para vivir medianamente, como si sus conocimientos y labor no mereciera más que dádivas, todo a cambio de practicar el culto a la personalidad y la mentira.
Ahora quieren que el gobierno les garantice una jubilación especial, que les regalen edificios para sus clubes, que tengan una casa de ancianos como pago a su adhesión incondicional de su palabra y trabajo, siempre en favor de un sistema frágil que ya no pudo sobrevivir.
Los periodistas le deben a México, pero se deben mucho a sí mismos, a su dignidad, a la de sus hijos, por su decepcionante papel histórico.